A fines de 2016, los científicos detectaron una rápida fisura en la plataforma de hielo Larsen C, ubicada en la península Antártica Occidental. En pocos meses, esta grieta provocó el desprendimiento del iceberg A-68, una colosal placa de hielo con más de 5.700 kilómetros cuadrados, el doble del tamaño de Luxemburgo, y un espesor de 235 metros. Inicialmente atrapado en el hielo marino, la A-68 comenzó a desplazarse hacia el norte, impulsado por corrientes oceánicas y vientos, en un viaje de tres años y medio que lo llevó hasta la isla de Georgia del Sur en el Océano Austral.

 

Aunque el iceberg capturó la atención mundial durante su travesía, especialmente en 2020, sus posibles consecuencias generaron preocupación entre ecologistas, quienes temían que impactara en los frágiles ecosistemas de Georgia del Sur, hogar de especies amenazadas como los albatros. Sin embargo, la A-68 se fracturó y derritió antes de causar daños significativos, liberando millas de millones de toneladas de agua dulce al océano y transformando temporalmente el hábitat marino. Este fenómeno permitió a los científicos estudiar cómo los icebergs gigantes impactan en los ecosistemas oceánicos, revelando que, durante su vida transitoria, la A-68 actuó como un refugio temporal para diversas formas de vida marina.

Fuente: BBC